viernes, 16 de marzo de 2007

Compañeros de viaje


Todos los días cojo el metro en hora punta.

Es una experiencia a nivel humano, por usar una de las expresiones de moda. Pero muy, muy, muy humano. Empieza al bajar las escaleras, sorteando a la señora del carrito, al chaval de la mochila y a la de los tacones. Llegas al torniquete de entrada y el de delante tiene que buscar el billete, lo que hace que con las prisas, te empotres contra su espalda. Llegas al pasillo, y te adelantan los que corren por todas partes, parecen recién salidos de un simulacro de incendio.

Llego al andén, está tan lleno que no se ven las vías. El cartel indica que el próximo metro llegará en un minuto y el ambiente se tensa. Sobre todo porque sabemos que no cabremos todos en el tren. Cuando se oye el estruendo que llega por el túnel, todos se acercan a las vías. Todos menos los que están al borde, que ponen cara de pánico. Y es que un día de estos se nos cae alguien al pozo.

Por fin. Los vagones están ahí. Tan llenos que sólo se ven cuerpos aplastados contra los cristales. Se bajan cuatro. Subimos siete. Con el tiempo he desarrollado una depuradísima técnica de codo en las costillas para hacerme un hueco en los trenes saturados. Muchos se quedan en el andén con cara de pocos amigos, pero yo lo he conseguido. Una pequeña victoria. Que sabe a poco, porque la lucha por los pocos átomos de oxígeno libre que hay en el vagón ocupa toda mi atención. La mezcla de olores ha debido de asustarlos, porque entre el desodorante, la colonia, la laca, el maquillaje, el sudor, sobre todo el sudor… Pero bueno, ¿cómo se puede oler a rancio de esa manera por la mañana? Cuando el azar de la hora punta te pone nariz con sobaco en el metro, adquieres un grado de intimidad tremendo con un perfecto extraño. Lo único que puedo esperar es que no tenga nada contagioso.

Ya llegamos a mi parada. Extirparse de la masa de brazos, piernas y otros trozos de persona que prefiero no identificar (por Dios, que lo que tengo clavado en el culo sea un mechero) no va a ser fácil. Preguntas al de delante “Yo me bajo en la próxima ¿y usted?” como en la obra de teatro, y te contesta con un “yo también, si puedo”. El tren frena, te pegas un poco más a los que están a tu alrededor, hay que ver lo que unen unos frenos. Se abren las puertas. Sales a codazos, pisas unos zapatos de diseño (eso le ha dolido, seguro) y llegas a las escaleras mecánicas. Como están empinadas, al ir detrás de uno que sube por la izquierda tienes las posaderas del susodicho a la altura de la boca. Alguna vez me ha tentado tirar un buen mordisco, sólo por romper la rutina (por eso y porque hay culos de escándalo en el metro, y una no es de piedra). Claro que también puede ser una chica con una de esas faldas que parecen cinturones anchos, y compruebas lo de moda que se han puesto los tangas y las ingles brasileñas.

Falta todavía cruzar la puerta, si no te la tiran encima, que mira que le costaría poco al cenutrio ese sujetarla abierta un microsegundo más, pero no, te la deja caer en la cara.

¡Ya veo la luz! Estoy en la calle. Miro a mi alrededor, buscando a mis queridos compañeros de viaje. Estamos en el cruce, esperando al semáforo, con los pelos a lo loco, el traje arrugado y cara de veteranos de guerra.
Y mañana más.

2 comentarios:

  1. Nunca en la vida había leído un descripción mejor de lo que supone coger el metro.

    Verídico 100%!

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  2. Para empezar darte la enhorabuena porque me has demostrado que escribir sobre el metro tambien puede ser divertido !!!
    A mi me gustaría contarte mi experiencia de hoy. Gregorio Marañón, hora punta en la mañana, gente por todos lados y sueño, muuuucho sueño. Por supuesto cara de "pocos amigos" y sin embargo pasó lo inexperado. Dirigiendome hacia la salida me cruce con un chico que iba sonriendo, y enseguida, no sé por qué me di cuenta de que yo tambien empece a sonreir!!! Aunque pocas, las experiencias en el metro pueden ser gratificantes!! Ojala que siga esta tendencia y sea muy pero que muy contagiosa!!!

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