lunes, 5 de marzo de 2007

Olerte


Olerte. Lo que daría por olerte. Y mira que lo pensé cuando te fuiste. No seas tonta, quédate con la camisa. Escóndela para quedártela. Pero no, pudo más la honradez que la codicia de tus reliquias. Y mira que me habría venido bien, tu camisa. Para dormir abrazada a ella y olerte.

Me gusta cómo hueles. Me gusta más cómo sabes, pero arrancarte un trozo de piel para llevármelo a la cama me parece excesivo. Además, si no está enganchado al resto de ti no tiene gracia.

Y es que tu sabor me chifla. Sólo lo puedo comparar a las palomitas en el cine, o a un helado de limón un día de mucho calor, o a una cervecita fría en una terraza en pleno mes de agosto.

Por eso lo primero que hago cuando te veo es hundir la cara en tu cuello y besar ese rincón de piel que enmarca el cuello de tu camisa. Porque me encanta sacar la punta de la lengua y saborear tu piel. Luego ya puedo hablar, pero el ritual del saludo no me lo quita nadie.

Otra de las cosas que me vuelven loca es pasar la mano por tu espalda y notarla caliente. Mira que es tonto. Claro que está caliente, estás vivo, pero a mí me asombra siempre ese calor. Eso y los latidos de tu corazón si apoyo la oreja en tu pecho.

Son nimiedades, son cosas pequeñas, puede que no sean siquiera importantes, pero para mí, poder seguir con mi ritual cada vez que te veo, es como si todos los días fuera mi cumpleaños. Estás vivo, estás aquí, estás conmigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario