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lunes, 13 de abril de 2009

Vacaciones y otras tonterías

Acabo de regresar de pasar unos días en el campo. Sin cobertura de móvil, sin conexión a Internet, sin luz, sin agua, sin gas... Unos días estupendos por cierto, fuera de la civilización.


Por primera vez he guisado en una cocina de leña, como las de las bisabuelas. Toda una experiencia tardar más de tres horas en hacer un magro de cerdo con tomate. Da tiempo a reflexionar. Con razón las abuelas saben tanto de tantas cosas...


También por primera vez he cogido azada y rastrillo y he limpiado un trocito de suelo para sembrar patatas, rábanos y guisantes. Me duelen hasta las pestañas. Entre la espalda hecha un cuatro y las ampollas de las manos... Creo que lloraré cuando toque cosechar (si crecen)



Me he duchado con agua calentada en la chimenea, y he comido patatas asadas encima de una salamandra.



He plantado dos perales. Y he descubierto que los árboles, por pequeños que sean, no se dejan arrancar fácilmente del suelo en el que crecen. Si agarran en el nuevo sitio será casi un milagro, porque tienen una pinta bastante pocha :-(


¡¡Y por cierto, BloggeAnDo tiene ya dos años!! Cómo pasa el tiempo... Los cumplió en febrero, pero nunca es tarde para decirlo.

Ahora a volver a la rutinilla diaria con muchos proyectos nuevos :-)

jueves, 3 de mayo de 2007

Plage

Je me suis toujours demandé pourquoi les humains aimaient aller à la plage. Il faut avouer que c’est un milieu assez inhospitalier. Tout plein de sel, d’eau non potable, de sable qui réussit à s’infiltrer jusqu’aux plus petits recoins des affaires et de l’anatomie de l’imprudent qui s’y aventure.

On s’approche de la plage comme qui va à la guerre. Les pieds dans des sandales en plastique, inventées sans doute par un être retors et sadique, digne héritier de la Sainte Inquisition. Les bras chargés de sacs, de boissons, de serviettes, le parasol, les chaises… Une fois arrivés il faut traverser le sable brulant pour lequel les sandales ne supposent qu’une faible protection.

Il faut aussi bien choisir sa place. Ni trop près ni trop loin de l’eau. Avec des voisins pas trop bruyants, sans enfants si possible puisque leur coutume de creuser le sable à la recherche de trésors cachés risque bien de finir avec l’ensevelissement de notre serviette, de nos pieds, de nos yeux.

Une fois choisi l’endroit idéal pour subir ces quelques heures de torture, il faut planter le parasol dans un sol meuble, et ce n’est vraiment pas facile, ça bouge à la moindre brise, l’ombre tourne avec le temps et il faut la suivre serviette à l’appui, ce qui donne une espèce de danse autour de l’engin. Et c’est là que je me demande, tu n’étais pas venu profiter du soleil ?

Puis on décide de se baigner. Et l’eau elle bouge, en un continuum de vagues qui vont et viennent juste pour nous mouiller à hauteur du ventre, là où ça devient vraiment désagréable. Pour finir d’arranger les choses, c’est plein d’algues, de poissons, de choses qui flottent avec une vague apparence organique. Et tout ça en supposant l’absence de méduses, ces êtres gélatineux qui laisseront leurs signatures sur les corps des baigneurs non avertis en forme d’arabesques urticants.

A la sortie, la douce brise si agréable devient un vent glacé porteur de graines de sable qui colleront à la peau mouillé et deviendront les agents du meilleur des gommages en cas d’essai de séchage à la serviette.

Je me suis sacrifiée pour vous éviter cette horrible expérience. Ne venez pas. Je vous assure que ça ne vaut pas le coup. Et pour que vous soyez conscients de l’ampleur de mon dévouement pour vous tous, cet après-midi j’y retourne.

lunes, 9 de abril de 2007

Una urbanita en un olivar

Acabo de volver de mis vacaciones de Semana Santa. En el campo. Un lugar bucólico. Un paisaje idílico. Sin luz, agua corriente, teléfono, Internet, cobertura móvil… Una maravilla en cuanto a desconexión del ajetreado mundo de todos los días.

Recuerdo un tiempo en el que era lo habitual en mí, si me buscabas un fin de semana, andaba perdida por los cerros de Úbeda, o de cualquier otro sitio de nombre exótico situado a lo largo y ancho de la geografía española. Me iba en época de migración de aves, en época de copulación de anfibios, en época de recolección de setas, cualquier momento era bueno para salir de Madrid y perderse en el monte.

Y esta semana me he dado cuenta de que soy una urbanita empedernida. Sin Internet, sin correo electrónico, sin Messenger, sin conexión con el resto del mundo, sin botones que pulsar… Me siento perdida. Cuesta desengancharse. Lo peor es cuando te das cuenta de que no sabes qué hacer sin el portátil en las rodillas, sin la tele encendida, sin móvil…

Afortunadamente, las viejas costumbres vuelven pronto, y además me he curado el “mono” del click haciendo fotos, y podando olivos. Pero he tenido que volver a la pluma y el papel para repasar y tomar notas (la semana que viene estoy de exámenes), yo que por fin me había acostumbrado a hacerlo todo a través de la electrónica.

En fin, una gozada de vacaciones, y una vuelta a la vida real con las pilas puestas y un montón de proyectos nuevos.

Ya os contaré.