martes, 14 de octubre de 2008

Escribir



Cuando me siento a escribir veo las palabras que voy a usar como si estuvieran bien alineadas en estanterías, las escojo con cuidado, de una en una, para conseguir que expresen justo lo que yo quiero. Estudio con cuidado cuáles se entienden bien entre ellas e intento crear un entorno agradable para cada una en cada frase. 


Las frases, más complejas, van generando párrafos, y los párrafos terminan siendo un artículo, más o menos afortunado, sobre los temas que me preocupan o que me llaman la atención en ese momento. 


Hasta ese entonces, las palabras han estado quietas, soñolientas. Sólo yo conozco esa combinación precisa de letras que forman una historia. Y cuando el ecosistema de párrafos me gusta y me convence, publico un artículo. 


Ahí, justo ahí, se produce el mayor de los milagros. Llegas tú y las lees. Y las palabras, que hasta ahora se habían quedado quietas en sus frases y párrafos, cobran vida, se convierten en imágenes distintas a las que eran al principio, en ideas que a mí ni se me habían ocurrido, entran en el contexto de TU historia y se transforman en algo distinto para cada uno. 


Esa es la magia del texto escrito. Cada lector lo interioriza y lo integra en su propia experiencia. Y una misma frase se convierte en tantos pensamientos como pares de ojos que la leen. 


Por eso escribo. Para dar vida a las palabras que llevo dentro. Para que les des vida tú, leyendo, compartiendo ideas, imágenes y sentimientos que dejan de ser míos para ser nuestros, para ser tuyos. 


Y el mayor triunfo del que escribe, el mejor de los premios es cuando un día, te sorprendes recordando una frase y dices eso de “¿dónde habré leído yo esto?” y eso es lo mejor, porque hiciste tuyas mis palabras. Te sedujeron hasta el punto de pasar a formar parte de ti, de llevar un trocito de mí dentro de tu cabeza.


Gracias por la fidelidad con que me lees. Gracias por estar ahí. Gracias.