
En mi caso, mi sistema ético, mis valores y mis creencias derivan directamente de lo que me enseñaron en casa cuando era niña. A esa concepción del bien y del mal le he ido agregando capas con el tiempo, pero los “mandamientos” no han cambiado desde que tengo uso de razón. Mis padres me enseñaron que votar es el derecho y el deber más importante que tienen las personas pertenecientes a un país democrático. También me contaron que la lucha por ese derecho es una de las más importantes que puedan existir, puesto que la democracia otorga al poder al pueblo. De hecho, me hicieron sentir, la primera vez que tuve edad para ir a las urnas y coger mi propio voto en la mano, que yo tenía la capacidad de cambiar las cosas. Puede que sea una romántica, pero todavía se me encoge el corazoncito cuando veo que mi voto se une a los demás para, juntos, formar gobierno. Un gobierno elegido por la gente.
Cada cuatro años se pregunta a todos los ciudadanos cómo desean que se hagan las cosas, y cada cuatro años respondemos todos juntos. Cada uno con su particular concepción de las cosas, pero juntos.
Ayer muchos españoles nos reunimos delante de las urnas para decidir quién legislará y gobernará en nuestros ayuntamientos y comunidades autónomas.
Muchos, pero no estábamos todos. Sólo fuimos el 63,78% de los españoles . Casi cuatro puntos menos que en 2003. Eso quiere decir que al 36,22% de los censados no le importa lo que pase en sus comunidades y municipios. Eso quiere decir que faltaron a la cita 12.773.269 personas. DOCE MILLONES SETECIENTOS SETENTA Y TRES MIL DOSCIENTOS SESENTA Y NUEVE españoles no se sienten comprometidos con su país como para desplazarse a un colegio electoral o votar por correo.
Doce millones setecientos setenta y tres mil doscientos sesenta y nueve españoles que no podrán quejarse de cómo funcionan las cosas, pues no han querido ejercer su derecho a decidir. Doce millones setecientos setenta y tres mil doscientos sesenta y nueve españoles que no podrán esgrimir el viejo argumento del hastío, o del desengaño de las instituciones pues ni siquiera han querido participar en el proceso de constitución de sus gobiernos.
Doce millones setecientos setenta y tres mil doscientos sesenta y nueve euros, uno detrás de otro, son 294 kilómetros de euros, de gotas de agua son algo más de 51 litros. Son muchos. Son demasiados.