A veces, una persona es ascendida en su trabajo por motivos que tienen poco o nada que ver con sus capacidades laborales. Puede ser por sexo en el caso de la discriminación positiva, por afinidades personales o políticas con sus superiores o por toda una retahíla de razones ajenas a la competencia de la persona.
Esa persona, por competente que sea, tendrá dudas acerca de su legitimidad en el puesto y tratará de afianzarse siguiendo al pie de la letra las instrucciones de sus superiores por un lado y evitando la toma de decisiones por otro. Al fin y al cabo pueden presentar de cara a los compañeros una fachada de “yo no quería pero ya sabes cómo es esto y quién es el que de verdad manda aquí”
¿Qué pasa si la persona que lo colocó en el cargo desaparece de la organización de repente? El inseguro perderá su punto de apoyo y su fuente de instrucciones. Perderá también la fachada tras la cual ha estado escondido y tendrá que enfrentarse, tarde o temprano, a la toma de decisiones que su cargo implique de forma autónoma, sin respaldo. Lo más probable es que durante un tiempo continúe aplicando las políticas de su superior desaparecido porque piense que eso es lo que se espera de él, y como es consciente de que ese estado de cosas no podrá mantenerse mucho más tiempo, sienta que se va adentrando en las arenas movedizas de la toma de decisiones.
Ahí es donde empieza el problema. El inseguro siente que si no fuera por causas ajenas a las laborales nunca habría llegado a ocupar el puesto que ocupa, y tenderá a abusar de su posición para afirmarse en el cargo, intentado silenciar toda crítica con las armas que su puesto de responsabilidad le permita. Por otro lado, sentirá la necesidad de justificar sus actos y decisiones de cara a la galería, buscando aprobación y confirmación en los ojos de aquellos que apoyaron su nombramiento en un principio. Tenderá a confundir lo personal y lo profesional, y a ensalzar a aquellos que le apoyen y le reafirmen en su puesto y a dejar de lado a los que critiquen sus acciones, rodeándose no ya de los más competentes, sino de aquellos que asientan a todas y cada una de sus palabras.
Si el inseguro consigue vivir con la crítica y aprender de ella, y convencerse de que el puesto que ocupa es suyo por derecho, demostrando las aptitudes y capacidades que se requieren, independientemente de quién lo haya designado, podrá librarse de sus dudas y legitimar su nombramiento.
Lamentablemente, no es así en la mayoría de los casos y las noches de mal sueño se suceden a los días de angustia, eso sin contar las innumerables bajas afectivas entre sus conocidos, que el abuso de poder y el uso de información personal en lo profesional es lo que tiene. Al inseguro le quedan dos opciones, dimitir, o intentar enmendar errores esperando que no sea demasiado tarde.
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