miércoles, 8 de julio de 2009

Marketing y Karate III - El producto (Primera parte)


El primer artículo trataba de la oferta, el segundo, de la demanda, el tercero, cómo no, del producto.

Siempre he defendido que los que amamos el Karate tenemos un producto fabuloso en las manos, dispuesto para ser vendido. Sin embargo, éste es el artículo que más problemas me ha dado para ser escrito. ¿Por qué? Porque el Karate es algo diferente para cada uno.

El que nunca se ha acercado al Karate, verá un mundo violento, de confrontación contínua. El neófito que ha visto el Karate de Hollywood y Youtube, verá en nuestro arte un mundo esotérico y misterioso, lleno de movimientos ágiles, de coreografías imposibles y de buenos y malos. El que lo dejó en la niñez o la adolescencia sentirá nostalgia de un mundo idealizado de relaciones entre compañeros, de amiguetes, de un profesor duro pero amable al mismo tiempo. El deportista asíduo verá largo recorrido que le habrá ayudado a mantener en forma el cuerpo, y por qué no, la mente. El competidor verá, además, victorias y derrotas, trofeos en las estanterías...

Como es muy difícil definir el Karate de forma universal, sólo puedo hablar por mí, desde mi punto de vista y mi experiencia.

Empecé a hacer Karate porque no me gustaba el ballet. Cuando era muy pequeña, mi colegio estaba en las afueras de Madrid, eso quiere decir que mis amiguitos del "cole" estaban repartidos por los cuatro costados de la región. Al ser hija única, mis padres decidieron que podría practicar alguna actividad extraescolar,para conocer gente del barrio. Como soy una chica, me apuntaron a clases de ballet.

Ya desde el principio, algo no cuajaba. Y aunque con el tiempo descubrí similitudes entre las dos disciplinas, en aquél momento todo lo que sabía era que no quería ir al estudio de ballet ni atada.

Por aquellas fechas, los hijos de un compañero de trabajo de mi padre habían empezado a hacer Karate, y estaban encantados. Fue mi padre el que convenció a mi madre que las escenas de lloros y protestas por el ballet podrían solucionarse si cambiara de actividad. Terminé vestida de blanco, con un cinturón del mismo color, en un gimnasio de Madrid. Ese gimnasio cerró sus puertas y me llevaron a otro, y luego a otro, hasta que terminé en uno que no cerró, y en el que entrené varios años. Con el tiempo, las circunstancias personales cambiaron, y dejé de entrenar, pero nunca me quité el gusanillo de volver algún día y terminar lo que había empezado, pues en mi ignorancia, como tantos otros, identificaba la obtención del cinturón negro como el final del camino, y no como el principio.

Pasaron los años y llegué a una época difícil en el plano personal. Siempre había querido volver a entrenar y me pareció un buen momento. Encontré un dojo cerca de casa. El maestro me convenció porque lo primero que me preguntó fue que por qué quería ir a hacer Karate. Romantica que es una, sus preguntas me obligaron a contestarme a mí misma, y descubrí que realmente lo echaba de menos.

Volver fue duro. Estaba fuera de forma y había olvidado lo poco que sabía, pero descubrí que lo que había amado siendo una niña, era infinitamente más interesante siendo adulta.

¿Qué es el Karate?

Para una niña introvertida, curiosa, muy perfeccionista y extremadamente tímida era el deporte ideal. Individual pero colectivo, en el que aprender era divertido, y en el que las relaciones se basan en la confianza mutua, en observar, imitar y superarse a sí mismo. El Karate era el momento del juego, aderezado con una disciplina que, desde entonces, me resulta muy relajante y acogedora.

Para la adulta en plena tormenta personal, fue el punto de anclaje que me ayudó a seguir centrada en lo que quería conseguir.

Para la estudiante de MBA fue la válvula de escape de largas horas de estudio y de reuniones interminables.

Para la que soy ahora es el momento de reencuentro con los amigos, y de superación de los límites.

Y ahora... ¿Cómo lo vendemos? ¿Cómo se vende algo que no se puede definir?

Alejados de romanticismos hollywoodienses, el Karate es un deporte. Un deporte, además, en el que se usan todas las partes del cuerpo. Un deporte completo. Permiite mantenerse en forma, y se puede adaptar a las características físicas de cada uno. Poco importa la edad (tengo compañeros que pasan alegremente de los 60 y que tienen largos años de entrenamiento por delante) o la condición física. Lo único que el Karate exige es constancia.

Por otro lado, es un mundo en el que el aprendizaje es contínuo. Cada día, cada clase, pueden descubrirse nuevas facetas. Es un proceso que no termina nunca. Y eso es precisamente lo que lo hace tan interesante.

Además, el Karate obliga al que lo practica a enfrentarse consigo mismo, pues no se compite con otros para ver quién marca más puntos, sino consigo mismo, para ser mejor hoy que ayer, pero peor que mañana.

Los compañeros están ahí para ayudar, para enseñar, para ser ayudados, y todos juntos, terminan siendo buenos amigos, aunque muchas veces se ignore todo de lo que hacen o lo que son fuera del dojo.

Por último, aunque no menos importante, el Karate es un método de defensa. Lo que da al practicante una cierta seguridad en sí mismo en situaciones complicadas. Y no hablo de violencia callejera, o no sólo de eso, sino de situaciones laborales o de la vida de todos los días. La práctica de Karate otorga cierta serenidad y autocontrol que pueden ser empleadas en beneficio propio por quien sabe manejar sus nervios y no se deja llevar por la adrenalina.

Amo el Karate. Creo que debemos de alejarnos de los estereotipos para conseguir hacer llegar al público una idea más acertada de quiénes somos, qué hacemos y por qué.

El próximo día más...

3 comentarios:

  1. Te estás haciendo rogar, eres perversa :-P

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  2. Forma parte de mi encanto...

    Pero no te preocupes, si sigo sin dormir, habrá más muy pronto :-)

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  3. Eres encANtadora (L)
    Con tu permiso, voy a usar también este artículo y a esperar que llegue pronto el siguiente ;-)

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